Siempre hemos estado ahí. ¿Cuándo nos vas a ver?

Es un sábado por la noche, y en lugar de estar con sus amigos o viendo alguna serie mientras descansa envuelto como burrito en su cama, él está limpiando el templo para que esté listo para el servicio del domingo. A unos cuantos kilómetros de distancia, en un campamento juvenil, un muchacho limpia los platos y vasos del comedor, mientras platica y ríe con sus compañeros de turno. Uno de esos compañeros, prepara semanalmente estudios bíblicos para su grupo pequeño y recibe a varios otros parientes en Cristo en su casa porque tiene el don de la enseñanza. Y, ¿qué pasa con esa joven que además de maestra de escuela dominical es la mejor alumna de su escuela cristiana? ¿O esa mujer que tiene el llamado a las misiones y siempre está dispuesta a acompañar en viajes cortos de evangelismo como traductora? O hablemos de aquella persona que ha estado desde siempre en el coro y es de los/as pocos que de verdad disfruta ir a las prácticas en los días de semana.

Todas y todos ellos tienen algo en común: aman lo que hacen por su Iglesia, aman a Dios y les encanta servirle.

Y… ninguno es heterosexual.

Es decir, (para quienes todavía están confundidos por este término) son seres humanos que sienten enamoramiento o atracción por personas de su mismo género. ¿Todavía no sabés de lo que hablo? Bueno, muy parecido a esa vez que descubriste que las personas del género opuesto no eran tan detestables, y te empezaste a sentir nervioso/a, ilusionado/a o emocionado/a a su alrededor. Muy parecido a eso. Sólo que en este caso esta atención está dirigida a alguno/a de su grupo de amigos de siempre, y el género opuesto les siguió pareciendo nada interesante por mucho más tiempo. O, desde siempre ambos géneros les empezaron a llamar la atención (bisexualidad).

En fin.

Estoy segura que cada cristiano/a ha conocido a una persona así.

Y no, no hablo de orientaciones sexuales.

Cada cristiano o cristiana ha conocido a otro ser que muestra el amor de Dios. No importa la edad o el género, siempre hay alguien que brilla porque los frutos del Espíritu se reflejan fácilmente en ellos en cada cosa que dicen y hacen.

Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio propio; contra tales cosas no hay ley.
— Gálatas 5:23-24


Ahora, ¿qué pasaría si esa persona que admirás resulta que es LGBT+?

Y basta. Dejá de pensar en su comportamiento sexual.

Estoy hablando de su SER. Su plenitud emocional y sexual, y esto va — mucho — más allá de su comportamiento.

¿Qué pasaría?

¿Dirías que sus frutos eran mentira?

¿Te atreverías a decirle que en realidad nunca conoció a Cristo?

¿Escupirías (figuradamente por lo menos) sobre todas las veces que compartió de su fe a otros?

¿Pondrías es duda su amor a Dios y su iglesia?

Si es así. De verdad, de todo corazón te pido que en humildad y oración le preguntés a Dios…¿Por qué siento esto contra mi hermano/a?

Pero una voz del cielo respondió por segunda vez: ‘Lo que Dios ha limpiado, no lo llames tú impuro.
— Hechos 11:9

Lo interesante de este ejercicio, es que en realidad no es nada hipotético. Te prometo que por lo menos una persona de tu iglesia, tiene una orientación sexual diferente a la tuya. Y la está pasando mal.

Y no.

No por las consecuencias de su “pecado”, no porque es el “aguijón de su carne”. Está sufriendo, y es por culpa de una iglesia que no sigue la norma principal de Jesús: amar a Dios y el prójimo. Sufren porque saben que si hablan abiertamente de lo que les pasa (¡y qué persona no quiere hablar de sus enamoramientos e ilusiones con algún amigo!) saben que su vida a cómo la conocen cambiará: esa persona podría ser llevada a terapia (este tipo de procedimiento para “cambiar” la orientación sexual está prohibida en muchos países) y ser removida de los cargos y servicios que ama hacer. Esta persona sabe que será juzgada por algo que es natural y no puede controlar. Sabe que las personas que aman pondrán en duda su valor. Es muy triste lo que pasa en nuestras iglesias. Jesús siempre ponía el amor a la persona sobre lo que se creía era la ley. ¿Por qué nos cuesta hacer lo mismo?

Debemos empezar a hablar de afirmación/aceptación LGBT+ no solamente de inclusión.

No necesitamos que la iglesia nos “incluya”. Ya estamos ahí. Ya somos parte del cuerpo de Cristo.

Estamos sentados a tu lado en la banca. Cantamos a todo pulmón junto a vos. Hemos dirigido oraciones y compartido nuestro testimonio. Hemos cocinado o servido alimentos en alguna actividad eclesial. Hemos puesto nuestros dones y talento a servicio de la comunidad. Ahí estamos, pero la iglesia no nos quiere ver. Y si nos ven, es para intentar hacernos lo que no somos.

Y cuánto hemos sufrido por esto.

De hecho, creo que no hay persona más admirable en su cristianismo (tomando en cuenta la definición original: Cristo pequeño) que aquella que es rechazada por su iglesia pero sigue amando y confiando en su Cristo, y Dios. Esa persona que sabe que llegar a la plenitud de Cristo no es ser llevada al borde del suicidio, o llevar una vida donde nunca se podría experimentar la intimidad emocional y sexual con alguien que verdaderamente amás.

Estoy segura que la heterosexualidad no es parte de los requisitos para llegar a ser como Cristo. ¡Sí! Ya no vivo yo, más vive Cristo en mí… Pero si eso lo aplicaremos a nuestra sexualidad de forma literal: todas y todos deberíamos ser castos, así como Jesús. O nunca sentir atracción por nadie. Ser como Cristo es amar a Dios y al prójimo.

Hermano o hermana en Cristo. Dejá de vernos como “los otros”. No estamos lejos de tu mundo… Miranos.