Ahora sí vamos en serio, por Jesús, todavía no por la iglesia.
Si has visto anteriormente mi blog, ya sea por casualidad o porque te interese saber que es lo que está pasando por mi cabeza últimamente: habrás notado que no escribo en él desde hace exactamente un año, de hecho, mi última entrada es un texto lleno de decepción, rabia y con un mensaje final contundente: me duele el cristianismo, amo a Jesús pero dejo la cruz.
Esa entrada la escribí en menos de dos horas, justo cuando me acababa de suceder todo lo que relaté en ese texto. Muchas cosas pasaban por mi cabeza y otra vez le estaba gritando a la iglesia de Dios: ¿qué quieren de mí? ¿por qué me hacen pasar por todo esto cuando lo único que quiero es tener un espacio donde congregarme y tener el respaldo de una comunidad?; me reclamé también a mí misma: ¿por qué te exponés a estas situaciones? ya sabés que la gente no te entiende, estás dando patadas de ahogado ante un gran muro teológico. Así que ese día tiré la toalla.
Pero así como la Biblia está llena de historias donde Dios sigue creyendo en personas consideradas débiles o testarudas; depresivas y nerviosas, con pasados difíciles que no se sintieron capaces de cumplir con su propósito, a mi tampoco me dejó. De alguna u otra forma, siempre estuvo y mi pasión por servirle nunca se apagó completamente (por más que así lo había decidido).
Y no, no vi una zarza ardiendo, no se abrieron los cielos o se me apareció un ángel; sino que casi de una forma imperceptible, Dios obró de una manera magistral y bastante poderosa. Es demasiado interesante notar que actuó por medio de personas a las que jamás he visto en persona, o servicios y charlas en las que no estuve fisicamente presente: bastante millennial pero se podría decir que el internet salvó mi relación con Dios. Y claro, en su amor poco a poco Dios fue preparando (me) el camino hacia un destino al que yo siempre supe que tengo que llegar. ¿Y dónde es eso? En mis próximas entradas lo vas a saber.
Dios es buenx, y sé que actualmente la mayoría de las iglesias hablan mucho de Jesús pero no actúan y ni ven las cosas como lo haría Él. Espero nunca me deje de doler e indignar como muchas personas fallan en trasmitir lo genial, tranquilo, fuerte, rebelde y buena onda que fue y es. Es decir, si no sos cristiano y estás leyendo esto porque lo compartí en alguna de mis redes sociales y estás siendo escéptico de todo esto: no te culpo, para nada; pero anhelo que poco a poco esa discrepancia en dicho y hecho sea cada vez menor.
Se vienen cosas grandes en este 2018, y puedo con toda certeza decir que toda esa amargura y decepción que está en mis últimos posts ya no me domina. Ojo, como dije, la indignación y el marcar las cosas negativas que veo en torno a la discriminación o el maltrato que lo que debería ser el pueblo de Dios da a las minorías – especialmente a las personas LGBTIQ.- nunca dejaré de tenerlo porque es mi motor para prepararme para todo lo que se viene en mi vida; pero mis acciones y próximo contenido ya no estará motivado por la rabia sino por la compasión y el propósito de educar al que esté dispuesto a escuchar o leer sobre temas que simplemente no se discuten o se manejan muy mal en las iglesias.
Porque, al fin y al cabo, como dijo Philip Yancey una vez: